Desde la perspectiva del viajero posmoderno, las carreteras nacionales tienen cada vez menos relevancia. Los turistas y los viajeros hacen uso de las líneas aéreas de bajo coste, las autopistas y los trenes de alta velocidad, debido a la prisa por llegar rápido a nuestro destino. Quedan las carreteras para los migrantes en los autobuses que atraviesan la península, para los profesionales y para los vecinos de la zona en su transporte diario entre sus quehaceres y su vivienda.
Sergi Ramirez es vecino de la carretera nacional 340. Es para él un paisaje cotidiano, en el que se pasa largas horas en coche. Un día decidió pintar algunos tramos de esta vía. El proceso de trabajo es sencillo: escoge el lugar y lo fotografía. Ya en el estudio reproduce pictóricamente el motivo previamente capturado con la cámara. No es pintura “au plein air”, es pintura de historias cotidianas plasmadas en lienzo, de paisaje humano, real, urbano, a veces feo y no por ello exento de poética. Recorridos de “road movies” no filmadas, miles de pequeñas historias subyacentes y perdidas tras el paso de los días.
La pintura cuya función es la herramienta del registro, se subordina al poder de la imagen y de la memoria. Su aspecto formal, de reminiscencias pop en el uso de colores, del uso de algunas serigrafías de fondo, de la utilización del falso collage, del fondo pictórico de los paisajes mundanos, de los personajes anónimos, del aspecto figurativo, son simplemente herramientas para transmitir el concepto de seriación, de archivo de lo cotidiano, donde la memoria surge como el motivo fundamental. La historia de la pintura es la historia de la obsesión por plasmar en un soporte físico la memoria del pintor. La seriación es la obsesión por registrar espacios aparentemente similares pero distintos, y de esa manera huir del trazo, de la originalidad. Es esencial ver el contexto gracias al desarrollo de un tema, una obsesión por una idea, un espacio, en este caso una carretera. Una realidad descontextualizada. Un realismo artificial de cielos extrañamente monocromos, paisajes periféricos y accidentes pictóricos que añaden textura y misterio.
La poética de la desazón de los lugares olvidados, porque son lugares de paso, nos envuelve constantemente. El punto de fuga de la vía pública, los símbolos del suelo, las líneas paralelas y horizontales del horizonte, las pintadas de las paredes, la suciedad y el desorden son elementos esenciales del paisaje de carretera perdida, de aquel lugar que puede ser cualquiera, pero que es específico, cualquier distancia entre dos puntos.
Ese acto de registrar esos páramos industriales, convierte cada una de las obras en momentos atemporales bajo la mirada atenta del espectador. La mirada subjetiva, se presenta en aquellos detalles pictóricos que parecen accidentales, y alejan las obras de la frialdad del hiperrealismo.
La contemplación de estas obras es extraña. Una primera mirada exenta de cualquier poética, nos remite al recuerdo de aquellas carreteras secundarias con gasolineras y gente que cruza de la mano. Paisajes seriados, contemplados a través de la ventana del coche que de pequeños, pasaba rápido por nuestros ojos desde la ventanilla de atrás. Si volvemos a contemplarlas surge la belleza de lo cotidiano. Queremos hacer el esfuerzo de recordar ese lugar. Creemos haberlo visto mil y una veces, pero repentinamente nos damos cuenta de que nunca lo vimos. Vimos paisajes parecidos, naves industriales muy similares, pero no las mismas.
La memoria del asfalto es el recuerdo de nuestro tránsito. Polígonos industriales, mobiliario urbano, elementos de señalización como iconos pictóricos que dan perspectiva y ordenan la composición. No lugares reales en los que los accidentes reales han dado paso a los accidentes pictóricos.
En estos Itinerarios transculturales, Sergi Ramirez muestra su interés en convertirse en investigador del contexto. Un entorno repleto de monumentos que pierden su simbología y que simplemente utilizamos como referencias en nuestra ruta, rótulos de productos globalizados que nos recuerdan miles de sitios posibles, concesionarios de coches, la costa mediterránea y sus excesos, clubes de carretera y al final la sensación de que el paisaje de la nada es un lugar de paso, una perdida y olvidada carretera nacional al óleo sobre lienzo.